“Dios hará justicia a sus elegidos, que claman a él”.
Lc. 18, 1-8
Ante una injusticia se necesita una perseverancia inmensa. Como la de las madres que buscan a sus hijos desaparecidos. Como la de tantas víctimas que insisten por años, que dan vueltas y vueltas por los juzgados esperando que avance su caso. Como la de esta viuda que insistía a la puerta del juez.
Dios no es así. No necesitamos forzarlo o cansarlo para que no se escuche. No necesitamos convencerlo de que mire nuestros dolores y se ponga del lado de la justicia, pero necesita nuestras manos para actuar. Necesita jueces decentes, personas solidarias, manos generosas.
Pidamos hoy por quiénes piden justicia, y hablemos de ellos con nuestro Dios, el que escucha, el justo.