"No pueden ustedes servir a Dios y al dinero".
Lc. 16, 1-13
A todos nos gusta el dinero o, al menos, lo necesitamos. Por eso la disyuntiva de amar a Dios o el dinero nos suena extraño. Posiblemente nunca se nos ocurriría que hay que elegir entre una cosa y la otra; de ahí que lo más atinado sea preguntarnos qué amor es más grande en lo concreto de nuestra vida: el amor por las personas o el amor por el dinero. Porque es en esa escala de valores en la que se deja ver (o no) nuestro amor a Dios.
Se trata de decisiones personales, pero también de estructuras, de modos de organizar nuestra sociedad. ¿Somos consientes, por ejemplo, de que la ropa barata, que compramos para usar dos o tres veces, fue fabricada a precio casi de esclavitud? Pensemos también en los horarios laborales deshumanizantes, en los precios regateados al campesino...
No se puede explotar al prójimo por dinero, y decir que se ama a Dios.